En sus Memorias, el arquitecto Albert Speer cuenta que los edificios que ideaba para el Tercer Reich los imaginaba como ruinas futuras y que Hitler entendió perfectamente esa manera de poner lo arquitectónico directamente en lo histórico desde antes de su nacimiento.
“Para ilustrar —relata Speer— de una manera práctica mis pensamientos, preparé un dibujo de aspecto romántico que representaba el estado en que se encontraría la tribuna del «Zeppelinfeld» después de varias generaciones durante las cuales hubiera sido descuidada, estando llena de hiedra, con los pilares derruidos, hundidos aquí y allá los muros de la obra; pero claramente reconocible todavía en su aspecto general. Este dibujo fue considerado una «blasfemia» por quienes rodeaban a Hitler. A muchos de ellos les parecía increíble la sola idea de que yo hubiera introducido ya en mis cálculos un periodo de decadencia en el Reich recién fundado: el Reich milenario. Sin embargo, Hitler encontró lógica y clara mi consideración: ordenó que, en lo sucesivo, las obras más importantes de su Reich fueran construidas de acuerdo con esta «ley de las ruinas»”.
“Las construcciones modernas —escribe Speer— no eran muy apropiadas para constituir el puente de tradición hacia futuras generaciones que Hitler deseaba: resultaba inimaginable que unos escombros oxidados transmitieran el espíritu heroico que Hitler admiraba en los monumentos del pasado. Mi teoría tenía por objeto resolver este dilema: el empleo de materiales especiales, así como la consideración de ciertas condiciones estructurales específicas, debía permitir la construcción de edificios que cuando llegaran a la decadencia, al cabo de cientos o miles de años, pudieran asemejarse un poco a sus modelos romanos”.
A diferencia de los materiales de la modernidad, las ruinas clásicas se descomponían manteniendo la ley perceptiva de la buena forma. Hitler era conocedor de esto. Por esta razón, la arquitectura nazi plagió las ruinas clásicas, puesto que transmitían toda la huella indeleble del triunfo de una nación. Es aquí donde se encuentra la principal paradoja de la obra de Speer: una arquitectura nacida de la ruina y dirigida a la ruina. Una falsificación; una escenografía megalómana desbordada.
Sin embargo, no fue necesario que pasase demasiado tiempo hasta que la ruina de las arquitecturas de Speer se hiciera real. El 23 de abril de 1945, durante su visita a Hitler, Speer quiso recorrer la Cancillería del Reich, construida por él mismo. La capital del Tercer Reich había sufrido ya el asedio de la Unión Soviética, dejando la construcción de Speer en estado de ruina.
La instalación Fragmentos sobre una teoría (conspiratoria) del valor de la ruina, muestra un proyecto de investigación en proceso acerca de las construcciones simbólicas en las cuales se erige el poder y las grandes dictaduras. En ella, ladrillos, cemento y otros elementos arquitectónicos derivados de la ruina, construyen un paisaje que se asemeja a la ruina de una ciudad que el espectador puede recorrer. Por otro lado, el uso de determinados elementos y materiales de construcción, como puntales, enfatizan el carácter de sustento simbólico en torno al cual se erige el poder fascista.
Otro elemento importante en la instalación es el uso de la luz, que sugiere una idea de inmaterialidad en la obra arquitectónica de Speer que no debe pasar desapercibida. Así, a principios de la década de 1930, Hitler encargaría al arquitecto construir el mayor artefacto de propaganda nazi, un espacio que escenificase el poder fascista. Ante tal encargo, Speer construyó la Catedral de la Luz, consistente en 130 reflectores antiaéreos dirigidos hacia el cielo de manera que recreasen una serie de columnas de luz que rodeaban al público de los mítines del Partido Nazi. En palabras de Speer, “la sensación era de una gran habitación, con las vigas sirviendo como poderosos pilares de paredes exteriores infinitamente ligeras. Es solemne y hermoso, como estar en una catedral de hielo.” En sus Memorias, Speer haría alusión al elogio recibido por esta construcción arquitectónica de luz, considerada como una de sus mejores contribuciones bajo el poder de Hitler.
Al final, la herencia que deja la arquitectura de Speer es una arquitectura de la inmaterialidad, de luz, de falsas ruinas, de ficciones y construcciones simbólicas.
Especial agradecimientos a Marla Jacarilla, autora de algunas de las fotografías documentales del proyecto.